El año escolar se acaba. El período que comenzó en septiembre del año pasado toca su fin. Durante este intervalo de tiempo hemos tenido tiempo de ver cómo crecían, en todos los sentidos, nuestros hijos. Éstos ya no son los mismos que eran hace 10 meses. El colegio ha aportado su granito de arena y, concretamente, el trabajo que han hecho los profesores con ellos durante todo el año.
Todos sabemos por experiencia lo difícil que es educar a nuestros hijos. Respetar su personalidad mientras ponemos límites y normas, sacar lo mejor de sus virtudes y minimizar sus defectos, enseñarles los valores que creemos fundamentales, darles un ejemplo con impronta. Realmente todos reconocemos que la educación es más complicada de lo que creíamos en un principio.
Por eso nos parece justo agradecer a los profesores, ahora que acaba el curso, el trabajo que han hecho día a día con nuestros hijos. Es cierto que es su trabajo pero ¿a ti no te gustaría que tu jefe o tu amigo o un familiar te agradeciera explícitamente el trabajo realizado que, además, te ha costado mucho esfuerzo y en el que has puesto mucha ilusión?
El profesor no solo trasmite conocimientos. Llega a ser un tutor, en todo el sentido de la palabra. Su labor formativa complementa nuestro trabajo como padres y, por más que ésta sea su obligación, creemos que su involucración muchas veces traspasa los límites de lo laboral. Muchos de ellos dejarán una profunda huella en nuestros hijos, incluso sin ser conscientes de ello: les abrirán los ojos, asentarán las bases de su personalidad, les animarán a volar.
Sabemos que habrá opiniones para todos los gustos pero los que estamos contentos y satisfechos con la educación que han recibido nuestros hijos ¿por qué no hacerlo saber?
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